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Cultivo de Trigo, Buendía, Castilla la Mancha (Viaje a Edén)

¡Tierra, tierra, tierra!

Tierras cubiertas de viñas cargadas de frutos que el sol hincha, madura, hace brillar como diamantes. Tierras doradas de trigo reseco, tierras verdes de pastos, tierras oscuras de bosques profundos. Tierra marrón, oscura, tenaz, dura odiada bendita, ¡tierra, tierra, tierra!

El camino ha dado un brusco giro hacia poniente. Hemos visto el Mediterráneo desaparecer a medida que nos adentrábamos en el interior de Murcia. Pero el Mediterráneo no acaba en su orilla: como espacio histórico y cultural desborda su límite físico, supera la geografía y el tiempo para imponerse al mundo como una fuerza activa, viva, presente, cuyos ecos se ven y se escuchan en gente que nunca se mojó en sus aguas.

Cruzamos el interior de Murcia por Albanilla y su Paisaje Lunar, Fortuna, Yecla, ahí encontramos caminos por la Sierra de Arbí, seducidos por las huellas de las últimas comunidades de cazadores-recolectores en un mundo que ya conocía la agricultura: unas pinturas rupestres de elegancia exquisita, que se clavan en nuestra experiencia como una pregunta viva, dura, difícil. Las pinturas rupestres de Arbí fueron expresión de las últimas comunidades que tomaban su propio sustento de una actividad tan natural como la caza, la pesca, la recolección. No alteraban el entorno para sobrevivir, eran una de sus partes armónicas e integrantes; probablemente no conocían todavía el concepto de posesión y de trabajar hoy para una cosecha de un mañana que quizás nunca llegará. A veces sospechamos que fue en aquellos años de pasaje que comenzaron a forjarse las estructuras de poder que acabarían en el desastre de Portmán y en el mundo envenenado que conocemos…

Bajamos de la Sierra de Arbí y entramos en Castilla la Mancha: las pinturas de Arbí fueron un presagio. Los campos de cereales que tocan el horizonte, las líneas de las viñas que se repiten idénticas como en un juego matemático, las naves y las maquinarias que transformarán la tierra en un producto industrial: estamos rodeados por el paisaje de la agricultura intensiva, del consumo descontrolado de los recursos en una desesperada carrera hacia la muerte y el beneficio. Es una agricultura que se ha vuelto industria, contaminación, lento envenenarnos la sangre.

Dejamos el llano por el monte, por las viejas veredas donde todavía caminan los trashumantes, la herencia viva de un mundo encaminado hacia la desaparición. Las Majadas, Villar del Cobo, son lugares alejados de los caminos frecuentados, pueblos desconocidos, con pocos habitantes, que mueren lentamente en el olvido. La llaman España vacía, pero mejor sería llamarla España vaciada, vaciada por un sistema político, social y productivo que crea empresas cada vez más grandes, metrópolis cada vez más saturadas y envenenadas, sociedades cada vez más alienantes y seres humanos cada vez más tristes, encadenados a procesos de producción donde es la máquina, la tecnología a imponer ritmo y sentido.

Del Monte volvemos al Mar, pero un mar de interior, el Mar de Castilla. El Embalse de Buendía, el trasvase del Tajo Segura, son nombres que cuentan la dura guerra para el más básico, el más importante de los recursos: el agua.

Seguimos adelante, buscando, aprendiendo, tropezamos con Trillo, con la antigua Leprosería y con el pérfil duro, mudo, como una pregunta que no se expresa en palabras la Central Nuclear de Trillo.

Estamos aprendiendo la intimidad de un mundo que cada vez más percibimos como enemigo y que sentimos ser la consecuencia de una historia que no es la nuestra.

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