Pensamiento nómada

En sus extrañas andanzas hacia el conocimiento, el pensamiento crea una arquitectura basada en la acumulación progresiva de conceptos, ideas, herramientas lógicas, pensamientos considerados verdades. Estas verdades se utilizan a su vez para generar nuevos conocimientos. Algunas de estas verdades adquiridas se convierten en dogmas y postulados, o sea en enunciados que no se discuten, imponiéndose como pilares de las estructuras mentales y del pensamiento. El pensador pierde la capacidad o la voluntad de cuestionarlos, todos los conocimientos que se adquieren en adelante tendrán que amoldarse a estos postulados previamente asumidos: tendremos un pensamiento sedentario, anclado a “territorios” bien definido del espíritu, capaz solo de recorrer las distancias permitidas por sus ataduras lógicas. La acumulación progresiva de conocimientos basados en este proceso, tiende a la creación de arquitecturas cada vez más rígidas, cada vez más pesadas y progresivamente más débiles: bastará con demostrar falso un postulado para qué la entera arquitectura colapse.

Frente a la actitud sedentaria el pensamiento nómada no construye arquitecturas rígidas, porque no se carga de dogmas ni de postulados, ni concibe la existencia de un axioma. El pensamiento nómada rechaza la idea de poseer verdades absolutas, válidas en cualquier contesto en que se mueve el espíritu; asume la contingencia del ser y del pensamiento, constantemente hundido en una continua relatividad y en una exploración constante o constante Punto 0. El pensamiento nómada rechaza la acumulación del peso de las verdades que impiden el libre movimiento de la mente y del espíritu, se mueve en un espacio abierto y atraviesa constantemente las fronteras de la moral y del dogma. El pensamiento nómada sale de cualquier esquema que enjaula el pensador en una categoría definida (ej.: ateo, cristiano, cínico) que acabaría para influenciar los resultados de su búsqueda y restringir su espacio en fronteras determinadas. El pensamiento nómada es el sueño de una constante pureza del pensamiento y del espíritu, como si cada vez naciese por y durante el acto mismo de pensar.

La dualidad entre pensamiento nómada y pensamiento sedentario se refleja también sobre un plano político y social. El estado y la sociedad construyen una jerarquía de hierro por la cual solo quienes han sido autorizados pueden escribir, declamar, promover o enseñar/imponer ideas a otros individuos y llamar al prójimo a la obediencia a través de los canales oficiales más potentes (ej. escuela, televisión, universidad, consejerías). La cultura y el conocimiento se convierten en un hecho burocrático y una herramienta de sumisión e incautación del libre pensamiento. Títulos, certificados, premios, cargos públicos, u cualquier otra crisma institucional, establecen una situación del pensamiento por la cual no es el valor de mis palabras lo que cuenta, sino la autoridad recibida o reconocida por parte del estado. De este hecho deriva a su vez una deslegitimación de la cultura popular y del pensamiento no institucional y libre, en favor de un pensamiento atado a los dogmas y verdades impuestas por la jerarquía.

Frente al pensamiento sedentario el pensamiento nómada rechaza la jerarquía: no habrá experto, profeta, profesor, maestro, sacerdote laico o del estado, que puedan imponerme ninguna verdad; no reconozco ninguna autoridad espiritual o de pensamiento; mi espíritu no obedecerá a nadie más que a sí mismo; el valor del pensamiento es el pensamiento mismo y no la dignidad que el estado o la sociedad le reconoce o niega.

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