Somos la especie dominante dicen, la más desarrollada, la más inteligente: la especie superior. Hace unos días estaba por el campo cerca de Tarifa, en lo que llaman el Camino de Costa o Colada de Algeciras y me fijé en las vacas y varios toros con evidentes intenciones de reproducción. Las vacas comenzaban a estar cerca del celo, el ritual del acercamiento y de la selección del macho para la monta estaba empezando. Esto me hizo reflexionar sobre nuestro sentido perfectamente anulado.
Todos los animales tenemos un ciclo reproductivo, y dentro de ese ciclo lo que llamamos una ventana fértil, que dependiendo de cada animal, será de más o menos tiempo. Las hembras de las distintas especies conocen ese momento de ventana fértil, notan los cambios corporales y hormonales, se dejan llevar por el deseo de acercamiento y, finalmente, el éxito del encuentro se desencadena en un futuro espécimen. Es lo que garantiza la continuidad de la especie y de la vida, es una tarea tan básica y necesaria, fácil, como el respirar.
Las hembras del ser humano, parece que tengamos inhibido ese sentido tan básico, el sentido del momento de la reproducción y hoy día se hace mano de instrumentos como el Clearblue: pagas 25 euros para que te digan cuando es tu periodo fértil y puedas quedar embarazada ya que parece que sola no te das cuenta. No somos capaces de conocer nuestro cuerpo como para notar esos cambios sustanciales que se producen y que hacen posible la continuidad de la especie, la continuidad de la vida, estos cambios que todos los otros seres vivientes conocen y viven en plenitud… ¿Tan rotas por dentro estamos como para necesitar que nos digan cuando es el momento, que nos digan lo que nuestro cuerpo está gritando sin ser escuchado, tan rotas estamos para que nos tengan que decir cuando somos capaces de crear una vida, de ser madres?
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