Faros

A lo largo de las costas, los faros se levantan, grandes guardianes desafiando la noche, tocando el horizonte con sus destellos. Son testigos mudos de historias marítimas los faros, marcan rutas y brindan seguridad a los navegantes. Su luz intermitente corta como un cuchillo la oscuridad, sólidas presencias que acompañan a los marinos en la incertidumbre de océanos y mares.

Estas altas torres, tan austeras, tan sencillas, narran la valentía de pescadores y marinos que perdieron sus vidas, o llegaron a buen puerto guiados por un faro que prendió de luz la tierra. Cada destello es un recordatorio de que, incluso en la noche más oscura, hay un lugar seguro que nos espera.

Humanas estrellas del norte, los faros se erigen en la noche como elementos de orientación confiable, iluminando no solo los caminos marítimos, sino también el espíritu de aquellos que están en tierra.

Hace más de dos mil años que los seres humanos encendieron las costas del mundo con esperanzas de luz. Todo comenzó antes de nuestra era, en la bella ciudad de Alejandría, cuando por orden del rey se levantó en la isla de Faros un alta torre, coronada por un fuego, que sería guía para los navegantes. El Faro de Alejandría fue una de las 7 maravillas del mundo antiguo y el primer faro de la historia.

Desde entonces, como diminutas estrellas caídas del cielo, otras torres comenzaron a poblar las noches del Mediterráneo, saliendo, con el tiempo, de las fronteras de nuestro mar para conquistar al mundo.

Pero los Faros no son solo maquinarías, bellas creaciones del intelecto humano, en ellos habitaban hombres, guardianes hechos de carnes para cuidar de la etérea luz. Bajo su luz se han consumido o evitado tragedias, bajo su luz se han escrito muchas de las largas y hermosa historia del hombre y de la mar: los Faros son lugares de emoción y vivencias.

En estas entradas la historia de los Faros se entremezclan con la historia de los viajeros, son breves nocturnos literatos con sabor a luz y sal, para quienes aman la mar.