Hombre mayor reparando una red de pesca de forma tradicional.
Hombre reparando una red de pesca, Cabo de palos, Murcia. (Viaje a Edén)

La perdida de conocimientos tradicionales

Trataremos las consecuencias, no las razones, que la perdida de conocimientos tradicionales implica sobre el plano social, político, económico y sobre todo ético, por ser el saber hacer una parte constitutiva y fundamental del individuo. Dedicamos este escrito a los pescadores de Cabo de Palos (que fueron de Portmán), de Puerto de Bares, de Águilas, de Ayamonte, de Isla Cristina, de Viavélez y de Luarca.

Espero que no os haga falta, pero me temo que sí, visto cómo se están poniendo las cosas”

Sus movimientos son rápidos, precisos, seguros, elegantes, como si estuviese tocando una lira o un arpa. El hombre está arreglando una red de pesca, sentado en su barco, una tarde temprano de junio, en el puerto de Cabo de Palos. El hombre ha pasado los cincuenta creo, cuerpo robusto, pelo corto y gris, lleva gafas y un chaleco amarillo; a su lado un compañero cumple con la misma tarea; un tercero, ausente, está vendiendo el pescado en la lonja de Cartagena. Visto el argumento gafas y chaleco no son hechos secundarios: hablamos de seres en carne y vivencias, es algo más complejo que la Ilíada. Un hombre en carne y huesos puede quitarte la vida, salvarte, amarte, más todo lo que virtualmente puede hacer una obra de arte, si solo te relacionas con esta persona con la misma alma, abierta al asombro, con que miras una estatua de Lisipo o abres el De Rerum Natura. Si te estás preguntando el porqué de tanta antigüedad es que estamos al lado de Cartagena, quiera o no quiera el alma se va por donde miran los ojos.

Lo observo trabajar; la escena es solo aparentemente sencilla: custodia una realidad en absoluto menos importante del cercano anfiteatro de Cartagena o de cualquier otro resto de Roma. Tengo que aclarar este punto antes de seguir. A lo largo de la historia, las clases dominantes han construido una lógica engañosa por la cual solo la cultura producida por ellas, incluso la guerra, es importante y superior: todas las expresiones populares y los conocimientos tradicionales son vulgares e inferiores. La deslegitimación de los conocimientos tradicionales y de la cultura oral ha sido un instrumento fundamental de control y sumisión. Hoy día la situación ha cambiado, los gobiernos quieren honrar y salvar lo que hasta ayer han combatido. No se trata de un progreso de mentalidad: la cultural tradicional ha casi muerto, un moribundo no asusta a nadie.

El hombre habla conmigo, sus manos revolotean como mariposas, no se trata solo de trabajo. El hombre está repitiendo ademanes aprendidos por sus padres y atrás por generaciones. Los movimientos que está cumpliendo son parte de un proceso cultural de aprendizaje y memoria en el seno de su comunidad. El conocimiento aprendido lo vuelve parte de un largo “linaje” de personas que han compartido necesidades, saberes e inquietudes, que han compartido una misma historia: el hombre está afirmando su identidad y la de su comunidad a través del quehacer heredado, y nos está contando una de las muchas historias excluidas de la escuela. La identidad, la historia es parte de ella, no es solo una cuestión ética, políticamente implica tener fuerza como individuo y como grupo social: la mano que levanto está avalada por generaciones de seres humanos que han cumplido el mismo ademán, el saber que comparto está avalado por generaciones de personas que lo han desarrollado, cuidado, transmitido.

La perdida de conocimientos tradicionales está contribuyendo dramáticamente al proceso de anulación de los rasgos característicos de las comunidades. Vaciadas de cultura, identidad y contenido, las comunidades serán reducidas en grupos humanos anónimos y obedientes, desprevenidos, caprichosos en sus deseos y actitudes con los otros, sin un sentido, sin una razón de ser y de estar, pasivos. Salvar los conocimientos tradicionales es en absoluto un deseo de volver a la vida de antaño: tenemos que readquirir la capacidad de crear y transmitir culturas, visiones del mundo, formas de agregación y producción únicas e irrepetibles, manifestaciones directas de colectividades profundamente enraizadas en los lugares que viven y construyen, perfectamente conscientes de su razón de ser y de estar, conscientes de sí y capaces de elegir y actuar.

La perdida de conocimientos tradicionales se traduce en una perdida de capacidad de modificar o simplemente interactuar con el entorno. Parece tonto pero hay más y más personas que no sabrían volver a un coche recién aparcado sin el google maps. Es sutil, pero contundente: perder habilidades y conocimientos equivale a perder parte de mi humanidad.

A nivel político la perdida de conocimientos tradicionales y de quehaceres, nos vuelve dependientes de la compra de productos y servicios, que enriquecen y refuerzan aquellas elites y modelos de vida que están destrozando almas, vidas, entornos. Párate y míralo. Aceptamos el olvido y dejamos que nos obliguen a colaborar por un lado, y ser sumiso por el otro, a aquel mismo sistema de producción y organización que ha destruido nuestras identidades, nuestras culturas, nuestros entornos, nuestro pasado, nuestra esperanza de ser felices; que enjaula y humilla al ser humano y trabaja sordamente para convertirlo en un agregado de un producto tecnológico.

La dependencia que se genera por la perdida de los saberes y quehaceres tradicionales contribuye a inhibir los legítimos intentos de cambio hacia una sociedad más equilibrada en términos económicos, sociales y medioambientales. ¿Cómo puedo rechazarte si mi subsistencia depende de ti?, ¿Cómo puedo rebelarme si tú tienes el poder de reducirme al hambre? O más oscuro aún: ¿rebelarme a qué?, ¿por qué? No tengo saberes, ni identidad, ni conciencia bastante para plantearme una alternativa. Una de las razones que nos llevaron a Viaje a Edén tiene un nombre sencillo, que hace tiempo perdió prestigio: rebelión.

Sobre un plano económico, la perdida de conocimientos tradicionales nos empobrece dos veces, una como individuos, otra como sociedad. Como individuos tenemos que gastar dinero, horas de vida dedicadas al trabajo, para pagar por todo lo que no sabemos hacer. Esto nos lleva, como sociedad, a apoyarnos a un modelo económico destructivo que consume enormes cantidades de recursos hasta el límite del agotamiento. Otra vez esto es posible porque lo único que sabemos hacer, para proveernos de algo, es acercar la tarjeta a un datáfono.

En parte porque hemos perdido conocimientos que nos permitirían crear una alternativa verdadera y viable, estamos condenados a vivir la paradoja humillante de ser parte integrante de un sistema económico que nos hace vivir en bloques de pisos que ocultan el cielo; que nos hacina en metrópolis cada vez más agresivas, que nos mueve como ganado por los pasillos del metro; que nos obliga a la desesperada búsqueda de tiempo y libertad. Respiramos veneno, comemos veneno, engullimos pastillas para aguantar la vida o dormir; contaminamos, destrozamos, quemamos, explotamos el mundo, la tierra, a los animales y a nuestros símiles. Hemos acabado tan perdidos como para buscar respuestas en libros de autoestima o auto-crecimiento, como si el difícil camino de ser yo se pueda recorrer siguiendo las pautas de algo parecido a una guía michelín. Sumamos infierno a infierno: somos esclavos de nuestra propia ignorancia, por ser ignorantes tenemos que seguir el recorrido ofrecido.

Soy lo que siento, pienso y hago. Mi actuar es parte integrante de mí. Las sumas de los actos que hago y que sumo en definitiva es mi vida. Lo que hago y como lo hago construye mi identidad y contribuye a crear la realidad de la que soy parte. Cada acto que cumplo tiene valor, tiene peso, para mi vida personal y sobre un plano social. Su valor es aún más alto si mi actuar es parte de una larga secuencia que une vida humana a vida humana: si es parte de la tradición. Necesitamos volver a pensar en nuestro quehacer con un sentido más profundo y una mirada más ancha en término de tiempo y consecuencias. Saber hacer nos hace más libres, más fuertes, más humanos.

Lo escucho a diario. Es humillante. Es un insulto. ¿Qué podemos hacer? Esto no se puede cambiar. Decir que nada puedes cambiar es una forma de decir que tienes que aceptar pasivamente el estado de las cosas: te invita a someterte. Decir que nada puede cambiar, es decir que no tienes bastante fuerza ni voluntad para oponerte, y que tu destino es dejar que te roben el futuro y el presente jugando con las palabras y el miedo. No lo permitas. Piensa, aprende, siente, construye: rebélate.

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