El efecto devastador de la deforestación, una tierra seca y dura
Sin título (VIaje a Edén)

La deforestación en España: historia, causas y consecuencias de un uso insensato del territorio

La deforestación, consecuencia de un uso insensato del territorio y de la codicia humana, acabó para convertir anchas áreas de España en semidesiertos o en tristes, enormes, extensiones de monocultivos, dominio de una agricultura industrial y descontrolada. En este breve escrito hablaremos de historia, causas y consecuencias de la deforestación en España.

Tabla de contenido

Origen y razones de la deforestación a larga escala.

Durante la mayor parte de nuestra historia vivimos hundidos en los procesos naturales, éramos parte del ecosistema a la par que todos los otros seres. Nuestra tecnología no era bastante desarrollada para modificar profundamente el entorno, sobre todo no teníamos exigencias de hacerlo: la península Ibérica durante el paleolítico estaba habitada por unos millares de personas, había espacio y recursos para todos. En aquellos tiempos el bosque era nuestro hogar y nuestro medio, totalmente hundido en sus procesos, éramos a la vez consumidores y defensores; dependiendo nuestra vida del ecosistema velábamos para su conservación, para que nuestra actividad no dañase en exceso los árboles que nos daban comida y cobijo. El neolítico llevó a un cambio, y sentó las bases por la que sería la intensa deforestación que arrasó los bosques de España.

El cambio de era fue generado por un cambio en los procesos productivos. El ser humano se hizo agricultor y ganadero, su estilo de vida cada vez más sedentario. El bosque sufrió una primera presión; la tala de árboles respondía a la necesidad de madera para la construcción de nuevos tipos de viviendas, y a la necesidad de espacio para pastos y cultivos. Nuestro número limitado, y nuestra poca maestría en estos nuevos artes, debieron que mantener la deforestación dentro de límites soportables. Pero estas nuevas habilidades conllevaron una mejora en las condiciones de vida y un aumento demográfico, con el consecuente aumento del consumo de recursos: el proceso de deforestación sería exponencial.

También estas nuevas adquisiciones, agricultura y ganadería, comenzaron un lento alejamiento del ser humano de la naturaleza que ha llegado hoy a su cumbre. Progresivamente menos dependientes de los procesos naturales y más anclado a las consecuencias de las actividades humanas, rescindimos el cordón umbilical que nos conectaba con el mundo, perdimos conciencia del entorno y del sentido de la medida que nos llevaba a proteger el bosque, aquel bosque que nos proporcionaba cobijo y comida. Los milenios llevarían a una imparable masacre de árboles, la deforestación masiva de la península ibérica crearía desiertos donde una vez fueron forestas.

El impacto devastador de la minería

Tal como la agricultura y la ganadería propiciaron la revolución neolítica, el descubrimiento de la metalurgia representó el comienzo de una nueva era. Los seres humanos recorrían enormes distancias en las búsqueda de metales; luego rompían las entrañas de la tierra para extraer los preciosos materiales. La minería necesitaba de madera para su desarrollo, la metalurgia necesitaba madera para alimentar los fuegos hasta alcanzar las altas temperatura necesaria a la fusión de los metales: las forestas comenzaron a caer bajo los golpes del hacha.
La deforestación provocada por la minería fue rápida y dramática. Montañas enteran perdieron sus bosques; desprotegidas, las laderas sufrieron un imponente obra de erosión por el viento y la lluvia, quedando solo extensos campos de roca. Los ríos llevaron al mar el resultante de la erosión. Fue así que nació el Deltebre, por los sedimentos que el Ebro entregó al Mediterráneo; fue así que el Guadalquivir en pocos siglos transformó 60 kilómetros de mar en tierra firme. “Se calcula que al comienzo de la Edad Media probablemente la mitad de la Península Ibérica había perdido ya su cobertura boscosa y aparecían amplias comarcas desprovistas de vegetación arbórea” (Emilio Fernández-Galiano). Desde muy pronto el ser humano faltó de la conciencia de límite, sin hesitación nos lanzamos en un progreso tecnológico que acabaría para destruir nuestro propio entorno, siendo ahora el hogar del ser humano por excelencia las ciudades, enormes extensiones de asfalto y cemento, donde buscamos sosiegos en el poco espacio concedido a las naturaleza, o de las cuales huimos en una triste búsqueda del Edén perdido que se reduce al goce momentáneo de una senda de montaña o un fin de semana al campo o la playa. En este sentido la deforestación es solo una de los testimonios históricos de nuestro obrar en el mundo, hacia el cual actuamos como animales de rapiña, que se curan de nada, a los que nada le importa.

La deforestación en la edad moderna y contemporánea

Pero el desastre no llevó a una explotación razonable y razonada del bosque, en ningún momento se palió la deforestación. La conquista castellana y aragonesa de los territorios musulmanes conllevaba grandes roturaciones de bosques para ceder tierra de cultivo a los nuevos pobladores; la abertura del tráfico oceánico, consecuente al descubrimiento europeo del continente americano, fomentó la tala de árboles para la construcción de barcos; el potente desarrollo del pastoreo y de la producción de lana deforestaron amplias zonas del país para abrir lugar a nuevos pastos.

“En tiempos de los Reyes Católicos se construían barcos de 500 a 1000 toneladas; Si se tiene en cuenta que cada 100 toneladas consumían unos 1000 metros cúbicos de madera de la mejor calidad, que en 1573 la flota española llegó a contar con 300.000 toneladas de registro bruto y que la vida activa de los barcos no era muy larga, puede calcularse la enorme sangría que suponía su construcción y mantenimiento para los bosques españoles y esta situación persiste a lo largo de varios siglos durante los cuales España mantuvo su hegemonía en los mares, prácticamente hasta que se construyeron los barcos de hierro. La Gran Armada de Felipe II, cuyo centenario de su derrota se cumple este año, representaba más de un millón de metros cúbicos de madera” (Emilio Fernández-Galiano).

El tiempo corre, la deforestación no se para. El consumo de madera después de la revolución industrial no disminuye; al lado de los viejos usos, nuevas construcciones, como los ferrocarriles, necesitaban cantidades ingentes de madera. En época más reciente, asistimos también a la introducción de especies foráneas, como el eucalipto, para su tala y explotación industrial, que acabaron con aun mayores extensiones de vegetación autóctona.

El fuego ha sido otra de las causas de la deforestación. Los incendios naturales se enmarcan en un entorno natural debilitado por la actividad humana, siendo su impacto aun más devastador. Los incendios provocados por los humanos, que responden a diferentes intereses, han contribuido a la deforestación de amplias zonas del territorio nacional.

Las consecuencias de la deforestación

Es difícil cuantificar las consecuencias que la destrucción de un entorno conlleva, es difícil medir con exactitud las consecuencias de la deforestación: la reducción o desaparición de un hábitat conlleva una general alteración del entorno y sus cercanías. La deforestación conlleva la extinción, aunque solo a nivel local, de especies animales y vegetales. La ausencia de árboles expone el terreno a fuerte erosión, creando un cambio dramático de la superficie terrestre, la desaparición de tierra y la transformación de forestas en zonas semidesérticas. Sin árboles que la protejan, la tierra es erosionada por el viento, no puede conservar humedad, pequeños arroyos y pozas desaparecen bajo los mordiscos del sol. Se calcula que el 18,2% del territorio español (9,16 millones de hectáreas) presenta índices de pérdida de suelo por Ha/año superiores a 50 Tm. Estos niveles de pérdida requieren actuaciones urgentes en las zonas afectadas, de las que el 90% se encuentra bajo la influencia de clima mediterráneo (Alfredo Asensi Marfil y Blanca Díez-Garretas). Las temperaturas suben, porque los árboles absorben las radiaciones del sol, con la consecuente completa alteración de los ciclos naturales, desde la circulación del aire a la vida animal y vegetal. Sin los bosques que absorben y refrenan el agua, los ríos engordan y desbordan sus propios límites, las masas de agua arrastrando todo lo que encuentra en su camino. España es un país donde las riadas, agravada por la deforestación, son tristemente comunes. Las grandes riadas del Guadalhorce en Málaga, del Turia en Valencia, del Guadalquivir en Sevilla, son tristemente famosas, su efecto devastador es aumentado por la deforestación de las montañas que rodean sus valles. Inundaciones, aridez, aumento de temperatura, extinción de especies animales y vegetales, alteración profunda de los ciclos naturales, disminución del oxígeno que nos da vida, son las consecuencias desastrosas de la deforestación. Estamos transformando el Edén en un infierno.

La política de tutela de los bosques.

Se intentó promulgar leyes para la protección y explotación razonada de los bosques, pero la falta de interés real, la inestabilidad política a veces, o la fuerza de los intereses económicos impidieron una real aplicación, o, en época reciente, las reforestaciones hecha sin un criterio razonable han conllevado ulteriores problemas. Parece ser que como sociedad no estamos todavía del todo conscientes del drama de la deforestación que ha vivido nuestro país desde miles de años. Hoy el bosque languidece, golpeado de muerte, pero poco se hace: lo que ha sido nuestro hogar es ahora un lugar frágil, abandonado, que solo sobrevive solo como meta de turismo verde.

Conservación del medioambiente y necesidades de las comunidades locales

Es delicado, siempre, hablar de conservación del espacio natural y al mismo tiempo de desarrollo de las sociedades humanas. A la par de cualquier otro animal, necesitamos consumir recursos para vivir; la dificultad, sobre todo hoy día, es encontrar equilibrio y reinsertar la actividad humana en un proceso circular, donde no existe desperdicio y el entorno tenga tiempo y fuerza para regenerar y regenerarse. También nunca tenemos que olvidar que, una vez empezada y arraigada una actividad económica, su remoción implica la perdida de puestos de trabajo, por eso nunca deberíamos sorprendernos cuando las comunidades locales se levantan en contra del cierre de actividades destructivas, porque de estas actividades depende el pan que llevan a la boca: el cierre de cualquier actividad que contribuye a la deforestación, tiene que conllevar el planteamiento de una alternativa económica viable para aquellas personas que dependen de la actividad cerrada o modificada.

Cuando, por presiones económicas más que por amor a la naturaleza, las cuencas mineras de Asturias y León asistieron al progresivo cierre de toda actividad, los mineros se levantaron en defensa de la economía de sus hogares; yo hubiese hecho lo mismo. Hoy día el Valle del Sil, Mieres, Guardo, sobreviven como pueden, los jóvenes emigran, los pueblos, cada vez más envejecido y vacíos, recuerdan los días pasados, cuando las minas daban bienestar y vida. El medioambiente ganó, los intereses de la comunidad europea también, quien perdió fueron aquellos hogares, aquellas familias. No debemos olvidar que el medio natural está habitado por personas.

El Estado actual del territorio español

Bosques y forestas, naturales o no, ocupan alrededor de un 30% del territorio nacional, cifra que corresponde aproximadamente a 15 millones de hectáreas. Pero son los usos agrícola, pecuario y forestal, con más de 42 millones de hectáreas (80% del territorio), los que actualmente caracterizan la ocupación del suelo en España. De ellas, destaca la superficie dedicada a cultivos de secano (algo más del 30%), la forestal (30%) y los pastizales xerófilos (12%). Por su parte, los regadíos ocupan el 7%. (…) A todo esto hay que añadir, ya como hábitat totalmente alterado e irrecuperable, un 8% de zonas urbanas e infraestructuras (Alfredo Asensi Marfil y Blanca Díez-Garretas).

Conclusión

Queremos concluir este breve escrito sobre la deforestación en España con una cita:

«¿Son los mundos de civilizaciones más avanzadas aquellos totalmente geometrizados, completamente reconstruidos por sus habitantes?, ¿o será la marca de una civilización verdaderamente avanzada el no dejar marca alguna?»
(C. Sagan)

comenta