Desde antes del comienzo, cuando este viaje era poco más que una idea tambaleante, nos dimos cuenta de que hay un abismo entre intuición brillante y puesta en práctica; nos quedaba muy claro lo que hacer pero el como seguía siendo huidizo como un pez. Nadie que conocíamos directamente había tomado un camino similar; tuvimos que aprender por nuestra cuenta a través de una lenta y larga secuencia de ensayo error, constantemente arropados por una extraña sensación de absoluta soledad, que nos hacía ajenos a todo y a todos, instilando dudas sobre el sentido de nuestra idea y las razones que nos movían, razones que nadie parecía entender del todo.
Fue luego, a camino empezado, cuando las piernas comenzaron a pisar con seguridad, que detrás de los recodos aparecieron Juan, Genaro, Luis. Por fin pudimos compartir dudas e inquietudes, dar y recibir consejos y enseñanzas, ver o hacer ver la solución tan fácil que teníamos a mano: en absoluto estábamos solos.
Escribimos Viaje a Edén con el mismo espíritu e intenciones de cuando nos sentábamos juntos alrededor del fuego para contar, para contarnos, para escuchar, aprender y enseñar, para cantar del viaje y de la belleza del mundo, del golpe de viento en el corazón cuando damos el salto que vence al miedo, de largas noches de frío y estrellas junto al corazón de la tierra, de un pueblo al final del camino, del olor a tomillo, lavanda, laurel, olor a fuego, olor a horizonte a camino. Compartir ha sido siempre una necesidad, siempre ha sido nuestra fuerza:
cualquier búsqueda que se reduce al individuo nunca dejará de ser una ilusión, o una soledad forzosa esperando que la sociedad no venga a turbarla. Ninguna verdad me sirve si el mundo alrededor construye su negación y me impide vivirla: el fallo es pensar en términos del yo, olvidando que un ser humano solo puede encontrarse en el nosotros.
Alejandro Sidonia
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