Quienes aman la mar aman los faros… Desde siglos los faros, como estrellas de tierra, guían y cuidan de quienes se atreven a recorrer las líquidas sendas del mar. En esta entrada recorreremos juntos la historia de los faros desde el origen hasta la época romana; hablando de su arquitectura, de su funcionamiento y de sus fareros; al final encontrarás un listado de los faros que se construyeron durante la época romana, muchos de los cuales no han llegado a nuestros días. Este escrito quiere ser un homenaje a la noche, a la mar, y a todos aquellos que han hecho del viaje el eje de su propia existencia.
Tabla de contenido
- Introducción: los Faros y la navegación
- El origen de los Faros: Alejandría, luz del Mediterráneo
- Los Faros en época romana
- Los Fareros en época romana
- El uso de templos y santuarios como faros en época romana
- Listado de Faros en época Romana
- Conclusión
Introducción: los Faros y la navegación
Aprendimos a navegar en la prehistoria. Curiosidad y necesidad, empujaron a nuestros ancestros a encontrar una forma de deslizarse sobre la superficie del agua manteniendo un rumbo exacto. Pusimos luego un gran empeño en la mejoría de los medios y técnica de la navegación, por ser aquella rápida, eficiente, a bajo coste. Para dar una idea, en el siglo XIII, si las condiciones de navegación eran buenas, un barco que salía desde Cádiz, podía arribar a un puerto inglés después de una semana, llevando una cantidad notable de bienes y personas; en época romana la distancia entre Cádiz y Ostia se llegaba a cubrir también en una semana. En ambos casos, la misma distancia recorrida por tierra, implicaba semanas o meses de viaje, pudiéndose desplazar pocas mercancías y pocas personas. Esta eficiencia convirtió la navegación en uno de los ejes del desarrollo de las sociedades humanas en los cinco continentes. Sin barcos y marineros, mucha de nuestra historia no hubiese sido posible, sin los barcos, el mundo hubiese sido demasiado grande para ser explorado. Esta afirmación tiene un valor perfectamente neutro. Aquella gente, que arriesgó su vida por amor al descubrimiento, a la guerra o al comercio, desde el comienzo se enfrentó con un problema que iba más allá de la navegación de por sí: volver a su propia casa o arribar al destino elegido vivos y con el barco a flote. Es este el marco conceptual que nos permitirá entender la historia de los faros. Pero, al mismo tiempo, no hay que olvidar que estas pequeñas estrellas de tierra, pronto se han convertido en paisaje, memoria, identidad, arte, experiencia humana, transformando la historia de los faros en un relato humano y nocturno, un relato de olas, tempestades, recuerdos, luz, sal y espuma.
El origen de los Faros: Alejandría, luz del Mediterráneo
Es resabido que el Faro de Alejandría, luz del Mediterráneo, construido por Sostratos de Cnidos en 285 a.e.c. fue el primer faro de la historia. Según las fuentes, era una imponente torre de entre 55 y 180 metros, hecha por tres cuerpos de mármol blanco; tenía un alcance de 55 kilómetros. Pero, el origen de los faros, entendido como señal marítima luminosa en ayuda a la navegación, remonta a un época más antigua. Nieblas, tormentas y todos los otros “caprichos” del cielo, impedían la visibilidad de la costa y de sus accidentes, accidentes capaces de romper la cáscara de los barcos y hundir vidas y mercancías. La inteligencia humana encontró respuestas a estos problemas en el fuego. De noche se encendían hogueras en puntos destacados de la costa indicando a los navegantes la dirección, cercanía de un puerto o de una peligrosa escollera, dando a los barcos la posibilidad de alejarse o ajustar su rumbo, y así salvar sus propias vidas. Se ha planteado también un uso diurno del fuego, que se alimentaba con madera verde para generar intensas humaredas visibles a plena luz del día. Del uso del fuego como señal marítima en la antigüedad, tenemos diversos testigos literarios, que nos hablan también de como de noche, los barcos se podían reconocer por el número de luces que mostraban, o de como los piratas, encendían hogueras en la costa con el fin de engañar a los navegantes y atraerlos a la trampa. Cuándo exactamente comenzaron a encender hogueras con función de Faro y donde, siempre quedará en un misterio. Pero, teniendo en cuenta que Egipto, Creta, Líbano, fueron tierras de hábiles navegantes cuando Grecia como la entendemos todavía estaba por venir, no es idea bizarra pensar que ya en aquellos tiempos los fuegos brillaban en la noche para cuidar de los marineros.
Estas primitivas hogueras fueron los antepasados del Faro de Alejandría. La novedad del Faro de Alejandría fue aumentar la visibilidad del fuego levantándolo con una torre. Cabe destacar que la misma torre, visible en la distancia, reforzaba la señalización con su mera presencia. La enorme importancia del puerto de Alejandría y la imponente belleza que Sostratos de Cnidos dio a su obra, junto al hecho de haber sido el primero, convirtieron el Faro de Alejandría en uno de los grandes hitos del Mediterráneo, como las columnas de Hércules o el templo de Melqart en Cádiz. Durante más de un milenio, esta alta torre alumbró las noches del Mediterráneo, hasta que, en el siglo XIV, un terremoto de pronto la transformó en ruina. Pero no fue el fin, el Faro de Alejandría perduró en la memoria convirtiéndose en leyenda, que vive en el deseo de viajeros que nunca podrán llegar a verlo. Este mito perduró en la imaginación, y en los idiomas. La palabra Faro nos viene del latín “Pharus” y esta a su vez del griego “φᾶρος”. Este nombre designaba la isla frente al puerto de Alejandría, en la desembocadura del Nilo, donde Sostrato construyó su torre. Con el tiempo la palabra pasó a designar la torre misma, convirtiéndose luego en un nombre común utilizado para designar todos los Faros. Es curioso cómo, a veces, algo tan delicado y etéreo como las palabras, tiene fuerza bastante para vencer el tiempo.
Los Faros en época romana
En época romana, siguiendo el ejemplo del Faro de Alejandría, se levantaron a lo largo del Mediterráneo y de la costa Atlántica de Europa un gran número de Faros, reflejo de la intensa navegación que cruzaba las aguas; también seguía viva la tradición de encender hogueras como señal marítima. Cuando nos adentramos en el estudio de los Faros en época romana, nos topamos con un problema de fondo: la escasez de testigos arqueológicos. Solo un número reducido de faros han sobrevivido hasta nuestros días, por lo que tenemos que trabajar con las fuentes escritas, que a su vez presentan el problema de fuertes lagunas y fiabilidad. A pesar de esta escasez de fuentes, se han podido plantear algunas respuestas.
Arquitectura
Los Faros estaban principalmente construidos en piedra, pero se utilizaron también otros materiales, según el habitual pragmatismo romano que elegía los materiales según exigencia y conveniencia. Los faros romanos eran torre altas, de uno o más cuerpos, a veces de carácter monumental; se localizaban en la entrada de los puertos, en diques artificiales, como en el caso de Ostia Antigua, o resaltos naturales o islotes, como en el caso del Faro de Alejandría, de todas formas siempre en lugares bien visibles desde el mar. En este sentido, la elección del sitio podía recaer sobre puntos de referencias naturales ya utilizados por los marineros. A veces el Faro señalaba, en lugar de un puerto, un peligro para los barcos, como arenales o rocas aflorantes.
Cuanto a la técnica constructiva en época romana, los restos que han llegado a nuestros días testimonian elecciones diferentes. Los cimientos podían asentarse sobre roca (Faro de Alejandría), o ser constituido por fuertes pilares. Como dijimos, el uso de la piedra se alternó con ladrillos, hormigón y madera. El remate presentaba la misma variabilidad, piramidal, plano, cúpula etc, así como su técnica constructiva, estilo y dimensión.
Los Faros presentaban escaleras de acceso externa o interna, y rampas para permitir el paso de animales de carga para llevar hasta la cima el combustible necesario. Las cámaras construidas en el interior del faro, o alguna estructura anexa, estarían dedicada a almacenes y a las estancias del “personal”; quizás había caballerizas; puede ser que algunos hiciesen en las cercanías una huerta o un gallinero, en aquel entonces no se cogía un bus para ir a comprar al pueblo. Con esto quiero decir que el Faro tuvo que tener a mano todo lo necesario, junto al personal que lo hiciese funcionar. No extraña que se añadiese al Faro decoraciones para hacerlo hermoso, como estatuas y otras decoraciones escultóricas. Cuanto a España, de estos antiguos faros romanos, uno está en Galicia, la Torre de Hércules, el antiguo Pharum Bringantium, el hoy día faro de A Coruña; otro es el Turris Caepionis en la desembocadura del Guadalquivir, del cual solo tenemos testigos literarios. Queremos remarcar la excepcionalidad de la Torre de Hércules, en cuanto no solo es el único faro romano todavía en uso y el mejor conservado, sino ostenta el título de Faro más antiguo del mundo todavía de pie.
Como se anidaría el fuego, si hubiese y cuales sistemas de seguridad o precauciones a tomar, como se encendía o cuando, queda un misterio. Sería bonito preguntar su opinión a uno de los últimos fareros que tenemos, quizás ellos sabrían poner a los historiadores en el justo camino.
En su aspecto exterior se diferenciaban unos de otros, el arqueólogo Julio Martínez Maganto, plantea que las diferentes estéticas fuesen una forma de diferenciar un faro de otro cercano, un poco como hoy la señal luminosa. No sabemos si de noche las diferencias pudiesen apreciarse a una distancia útil para no cometer fallos.
Decoraciones escultóricas
Según los numerosos dibujos y representaciones sobrevividos hasta nuestros días, los faros estaban embellecidos por representaciones escultóricas, como estatuas o bajorrelieves. Más allá de responder a criterios estéticos y a la natural tendencia humana en darle hermosura a su propia obra, el arte tenía un valor propagandístico y político acusado, siendo instrumento de legitimación del poder. En el caso de los faros, se ha planteado una tercera función para cuanto concierne a las esculturas: emitir señales sonoras cuando la escasa visibilidad impedía el uso del fuego u otras señales visuales como el humo. A este respecto, reportamos un breve extracto de “Los Faros en la Antigüedad. Elementos de estudio indirecto de la arqueología subacuatica” de J. M. Maganto:
“Para algunos investigadores (Picard, 1952, 76; Bedon, 1988, 63), las estatuas de tritones soplando caracolas marinas que coronaban el Faro de Alejandría son testimonios de esta función y no un simple detalle ornamental. Esta posibilidad sería utilizada en los momentos en que las adversas condiciones climáticas (bruma o niebla) impidieran utilizar señales visuales, como el humo o el fuego. Desde el punto de vista técnico, algunas fuentes, como el tratado sobre la Pneumática de Herón de Alejandría, contiene interesantes referencias sobre el uso de ingenios mecánicos válidos para la emisión de sonidos. Quizá esta hipótesis pudiera explicar las “terribles voces” que, según las fuentes árabes, surgían del edificio del Faro de Alejandría (Goodchild, 1961, 221, nota 3)”
Combustible
Cuanto a la tecnología, en época romana el fuego seguía siendo la única forma de crear una señal luminosa. El combustible más utilizado pudo ser la madera, pero, no extraña que se eligiese el combustible más rentable entre los disponibles. Coste, falta de abastecimiento u otras razones, conllevarían elecciones diferentes según momento, exigencias y disponibilidad económica. Como dijimos, algunas de las cámaras interiores se utilizaban como depósitos y reservas de combustible o para el material necesario para el mantenimiento. Como se reglaba el abastecimiento no sabemos, ni como se intentaba paliar la falta o escasez de combustible debidos a la interrupción de las líneas comerciales por guerra, situación persistente de mal tiempo, o un general momento de crisis y paralización de las estructuras productivas o de distribución. Estas reflexiones nos hacen plantear que la capacidad de almacenamiento fuese un factor importante en la redacción de los proyectos.
Los Fareros en época romana
Los Faros no se encendían solos, ni el fuego se alimentaba solo. Sin los seres humanos, sin los Fareros, guardianes del fuego y de la torre, dura hubiese sido la vida de los navegantes, porqué ninguna luz los guiarías a puerto. Los fareros tuvieron que ser por lo menos dos, aunque solo para turnarse entre noche y día, pero creemos que la faena ocupaba a unos cuantos. Los fareros necesitaban también dormir y comer. Algunas de las cámaras de los faros tuvieron que reservarse por este uso, puede también que existiesen estructuras anexas o cercanas, para el día a día del “personal”. Ignoramos la naturaleza de los Fareros en época romana, aparte de que su puesto conllevaba responsabilidades importantes. De la buena marcha de los Faros dependía la navegación, en aquel entonces pilar inamovible de la economía: tanta responsabilidad tuvo que conllevar cierta selección. Si fuesen libres o esclavos, respetados o ignorados, nada podemos decir, pero estamos libres de imaginar como era, asomarse a un Faro, en una noche antigua, naufragada bajo el peso de miles de años. El cielo tenía tantas estrellas que parecía de flotar en el cielo nocturno.
El uso de templos y santuarios como faros en época romana
Los testigos literarios nos relatan el uso de templos y santuarios como Faros o ayuda a la navegación. Templos y santuarios eran estructuras monumentales, iluminadas, durante la noche, por hogueras o antorchas, mientras que en pleno día, su mismo tamaño, los hacía visibles desde millas de distancias. Eran lugares muy conocidos por los contemporáneos, y a menudo eran puntos de encuentro o terminales de rutas, emporios comerciales, o centro de la vida espiritual y cultural de puertos importantes, como el templo de Heracle-Melqart en Cádiz. Cuando se localizaban en promontorios, en la cercanía de un puerto, o en otro lugar visible desde los barcos, se imponían como puntos de referencia para la navegación; rol que de noche, debido a la iluminación, los convertían en Faros. Tenemos constancia de este hecho en la bella obra “Argonáutica”, en que Apolonio de Rodas, que fue director de la biblioteca de Alejandría, narra los periplos de Jasón en búsqueda del vellocino de oro:
“…Además para los Tindáridad, en lo alto de cabo Aqueronte fundaré un santuario elevado, que desde muy lejos, sobre el mar todos los navegantes verán y honrarán…”
Los Tindáridad eran dioses protectores de los navegantes; cuanto al Cabo Aqueronte, se identifica hoy día con Eregli, en la costa norte del Mar Negro, hoy dentro de las fronteras de Turquía.
Listado de Faros en época Romana
José M. de la Peña Oliva, en un interesante artículo disponible en PDF en Internet, titulado “Base para un inventario de Faros en la Antigüedad Occidental”, basándose en un exhaustivo análisis de las fuentes literarias clásicas o medioevales, reporta este listado de faros que existían en época romana, a los cuales vamos añadiendo otros a medida de que los vamos descubriendo:
- Faro de Alejandría (Alejandría, Egipto)
- Faro de Arqueronte (Eregli, Turquía)
- Faro de Portus (Ostia, Italia)
- Faro de Lilibeo (Marsala, Italia)
- Faro de Palermo (Palermo, Italia)
- Faro de Capri (Capri, Italia)
- Faro de Regio (Regio Calabria, Italia)
- Faro de Rávena (Rávena, Italia)
- Templo de Artemisa en Denia (Denia, España)
- Torre de Péloro (Mesina, Italia)
- Torre de Dover (Dover, Reino Unido)
- Faro de Chipiona (Chipiona, España)
- Faro de Luz Incierta (Sanlúcar de Barrameda, España)
- Faro de cabo Ceras (Estambul, Turquía)
- Faro de Cesarea Marítima (Israel)
- Faro de Timea (Bósforo, Estambul, Turquía)
- Faro de Gergis (Zarzis, Túnez)
- Faro de Lokri (Túnez)
- Faro de Gadir (Cádiz, España)
- Faro de Brigantium (La Coruña, España)
- Faro Boulogne (Boulogne, Francia)
Conclusión
Nos emociona pensar como, resistiendo al tiempo, los faros, nacidos en una época tan lejana, han seguido iluminando las noches de occidente, protegiendo a los navegantes y encendiendo la imaginación de generaciones de viajeros, que recorren, junto a las infinitas sendas del mundo, las infinitas sendas del tiempo y de la historia: buen viaje desde Viaje a Edén.
Escrito por Gabriele Burchielli
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