Vista aérea de la caldera de Majada Redonda en Cabo de Gata, Almería.
Vista aérea de Majada Redonda F. Iniesta

Caldera de Majada Redonda

Un cielo limpio y brillante abre al día. Colinas y cerros dibujan el paisaje de la caldera de Majada Redonda. Los ríos estacionales forman venas que transportan la sangre de la tierra de su corazón al Mediterráneo, que nos espera imponente y azul tras los cerros: la vista no atraviesa estos cuerpos, es el viento quien nos cuenta lo que hay más allá. Agaves y palmitos nos abren paso; Romero, Lavanda y Tomillo son olores del camino.

Frente a nosotros un cartel cuenta la historia de la zona. Hace 15 millones de años esta misma tierra que pisamos era un complejo volcánico. Llegó un día en el que las fuertes explosiones y erupciones de magma provocaron el colapso de la cámara magmática y la gran boca del volcán se vino abajo llenando de rocas y tierra esa gran cámara que se convirtió en la caldera de Majada Redonda. 

Leemos el cartel sorprendidos, nos miramos alrededor y reímos. Nuestros ojos comienzan a ver, paredes empinadas que suben a lo alto por un radio de 1 kilómetro, forman un círculo casi perfecto, solo una brecha enorme se lo impide: por allí escapó la lava asfixiada por el derrumbe.

Estamos en el centro de la caldera de Majada Redonda, en las entrañas de lo que fue un volcán, tumbados  miramos  el cielo,  el sol está cada vez más fuerte, calienta la tierra y nuestros cuerpos. Sentimos el calor, hacemos el amor como si de magma y tierra se tratase, de la tierra que ayuda al fuego, que lo alimenta desde sus entrañas para que crezca, para que sea fuerte, para que se haga volcán, para que la lava brote.

En ocasiones la cámara magmática colapsada recibe nuevos aportes de zonas internas de la tierra y se puede volver a elevar, se llama Resurgencia. Vuelve a renacer el volcán. La tierra bajo nuestros cuerpos, la misma tierra que el sudor ha pegado a la piel, emana calor como si de magma se tratase, bajo nuestra piel otro fuego grita: renace la memoria.  

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