A través de los montes, por una ruta solitaria, dejamos Guadalajara. Encontramos un estrecho carril que atraviesa la Sierra de Guadalajara, alcanza el Puerto de la Quesera (1712m.) y comienza una breve caída hacia Riofrío de Riaza, primer pueblo de Castilla y León cruzando la frontera por estos parajes. Seguimos con buen ritmo hacia Torquemada y luego Carrión de los Condes. En Carrión nos juntamos al gran tren turístico del Camino de Santiago. Nos pasa a menudo de utilizar durante algunos días el Camino de Santiago para conectar con pistas, veredas, o GR.
Pasamos por Lédigos y descubrimos otra forma, otro modo de habitar, otro camino posible para abandonar el cemento y crear un entorno más armónico. En Lédigos, la arquitectura tradicional usa barro, paja y piedra local. El resultado es sencillo, hermoso, eficiente, totalmente sostenible en la realidad más que en las charlas.
Procedemos rápidamente y alcanzamos León en pocos días: es un reencuentro. Han pasado años desde unas hermosas noches de un verano que estaba terminando en un otoño dulcísimo. En la memoria, la bella León, resuena de vida, alegría, descubrimientos de almas y lugares. El presente es otro. León es una ciudad abatida, cansada, con una población envejecida: mira al futuro con miedo y toma vino con tristeza. No obstante, la belleza de su gente sigue viva: tardamos en salir de la ciudad.
Dirigimos nuestro camino hacia Norte, paramos en Boñar, esperando unas tormentas que solo acarician el pueblo. Tocamos el Embalse del Porma para escuchar la misma triste historia de Riaño, de Buendía: culturas y pueblos borrados del mundo, en ara al progreso y por la ceguera de unos políticos que poco valen, que nada saben, que nunca están a la altura.
Torcimos decididos hacia occidente, entrando en el Valle del Luna y prosiguiendo hacia un lugar casi legendario: el Macizo de Ubiña. Son días hermosos y sencillos, a pesar de una sombra que se asoma al alma. Escalamos, contemplamos el paisaje, nos bañamos en los arroyos. Durante el último paseo, antes de la salida, aprendemos a reconocer la Bardana.
Desde Ubiña seguimos el camino natural trazado por el Río Luna hasta divisar Piedrafita de Babia. Poco después dejamos que otro río nos guíe: el Sil. Alcanzamos por fin Villablino. Casas abandonadas, negocios cerrados, poca gente por la calle, la mayoría anciana: el cierre de las minas ha condenado a muerte la comarca. Se respira un aire de cementerio.
Retomamos la vía natural trazada por el Sil y entramos en La Ciana. La tristeza no abandona nuestro camino: el cierre de la Minería en ara a una transición ecológica que nunca comienza, ha decretado la agonía del presente y la muerte de cualquier futuro.
Alcanzamos Ponferrada, capital del Bierzo. Unos días de estudio en la biblioteca nos dejan con ganas de explorar la ciudad con más hondura. Pero hay que elegir, el viaje no se mide en las distancias y cantidades de lugares visitados, sino en la fuerza de las emociones vividas por la mente y el alma. Ambas se mueven lentas, necesitan tiempo, para que el mundo llueva por dentro a través de los sentidos. Nos despedimos de la ciudad caminando hacia oeste.
La mañana del Solsticio de Verano comienza con un largo baño en el Lago de Carucedo, todo tiene el sabor de un ritual. La tarde lleva indecisión, queremos proseguir hacia Galicia, pero no sabemos por qué camino. El agua vuelve a traernos una inspiración, casi un presagio: será otra vez el Sil a gobernar nuestro rumbo.
Es algo que no sabemos expresar con palabras, esta sensación que sobrecoge el cuerpo y el espíritu, cuando seguimos las curvas suaves de los ríos, cruzamos montañas por los pasos naturales, cuando nos movemos otra vez en armonía con el mundo, con nosotros, con la vida: cuando el movimiento es puro.
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